martes, 1 de diciembre de 2015

Resumen " La formación de una conciencia histórica"

Queda claro que la toma de decisiones en la enseñanza de la historia es  asunto estrechamente vinculado con el poder, en la medida en que la conformación de la identidad y la conciencia crítica desembocan, por fuerza, en un horizonte de posibilidades. Frente a ello, desde una perspectiva profundamente humanista deposita el sentido de la historia, de su enseñanza, en el “actuar con plena conciencia de mí y de mi entorno, entender y asumir los procesos sociales y tomar posición consciente respecto de ellos [lo que nos conduce al] actuar plenamente humano.
Actitud que se proyecta a la docencia en toda la extensión de la palabra. Para ella, el reto actual de la enseñanza de la historia consiste en no limitarse al qué y cómo, sino al por qué y para qué.
La enseñanza de la historia, su razón de ser en nuestras actuales sociedades, es leída por Oresta López desde la perspectiva que nos ofrece Edgar Morin a través del paradigma de la complejidad, en general y, más particularmente, de la respuesta que da a la ONU y a la UNESCO, en términos de los Siete saberes necesarios a la educación del futuro. Haciendo un recorrido por los efectos de las recientes reformas que tienen en la enseñanza de la historia, discurre sobre las aportaciones de este cuerpo de saberes a la formación de ciudadanos, como una de las vías privilegiadas para el aprendizaje de la convivencia en la pluralidad y diversidad, pasando por el filtro de la crítica nociones que forman parte de nuestro lenguaje, tales como “unidad nacional”, mestizaje, etc , que habrán de ser recreadas desde la mirada que ofrece la historia reflexiva y crítica  que habrá de dirigirse a los temas pendientes, a los actores olvidados, silenciados, discriminados.
La enseñanza de la historia a través de las recientes reformas educativas, la de 1992 y la de 2004, enfocadas en el terreno de la contienda, a donde dirige nuestra mirada Adelina Arredondo, donde convergen diversos actores: “Conflicto multifacético entre SEP, SNTE, gobierno federal y gobiernos estatales, partidos políticos, grupos de historiadores, académicos y no académicos e, incluso, religiosos” . Entre ambos eventos señala el desplazamiento del eje de preocupaciones y debates, de los noventa, centrado en los contenidos y métodos, hacia las discusiones en torno al tiempo destinado a su estudio, su lugar en el currículo, con lo cual pareciera que hoy se está tocando fondo en el asunto al llegar a plantearse, desde una perspectiva pragmática y utilitarista, la pertinencia o no de su enseñanza.
Mireya Lamoneda y Luz Elena Galván aportan a las enseñanzas de Clío un recurso fundamental que, no obstante haber sido recuperado en los libros de texto oficiales del nivel primario, redujo su utilización al pequeño espacio-tiempo destinado a una asignatura. Me refiero a la Línea del Tiempo, acerca de la cual las autoras nos dicen que “no es suficiente elaborar una cronología detallada” porque el maestro debe estudiar acerca del periodo representado, identificar y diferenciar los hechos, seleccionar los procesos estructurales o de larga duración, así como los eventos de duración media y corta, para que la enseñanza de la historia adquiera sentido.
Desde un enfoque etnográfico, María Guadalupe Mendoza nos dice que el profesor deberá iniciar con el análisis de su práctica para identificar los problemas que enfrenta. Esto lo llevará a reconstruir su concepto de historia y de enseñanza para seleccionar, jerarquizar y/o correlacionar tantos los conceptos como las categorías que resultan significativos a partir de los conocimientos previos de los alumnos  arrojarían ideas y prenociones que podrían generar preguntas y, con esta base –nos dice la autora– “el maestro está en posibilidades de establecer un marco de ubicación temporal y espacial de los hechos históricos y leer con los alumnos el libro para hacer una lectura problemática que permita la reflexión, no sobre ‘lo leído’, sino sobre el ‘sentido de lo leído.


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